En la manifestación del 22M el
grupo de siempre de descerebrados que encuentran en la violencia no sólo el
argumento si no también el fin, merecía, requería una respuesta que la mayoría
aplastante de la sociedad civil de cualquier signo e ideología habría aprobado,
incluso agradecido. Porque los que así actuaron no pueden ser confundidos con,
pongamos por caso, obreros del naval quemando neumáticos para interrumpir el
tráfico y hacer más visible su protesta y su problema. Los delincuentes que
actuaron el 22 M estuvieron a punto de linchar a policías. ¿De quién partió la
orden de no ordenar? ¿A quién benefició y perjudicó la no utilización de los
medios y la no actuación de gran parte
de los efectivos policiales? ¿Es posible que la presencia de observadores
internacionales provocara que el Gobierno temiera la crítica de un mundo
exterior que lo calificara de represivo?
No, es un argumento muy simplista y las condiciones eran excepcionales.
Vayamos entonces a las
consecuencias de LA ORDEN DE NO ORDENAR INTERVENIR: los ríos de tinta del día
después se vertieron para hablar de esos hechos lamentables, pero las
referencias a una manifestación tan masiva, nutrida desde todos los puntos de
España y desarrollada por cauces de la mejor expresión de la democracia, fueron
escasísimas. De la prensa del
sindicato del odio que desea mantener la brecha fratricida en el país, cabía
esperarlo. El ABC, la Razón traicionan el código ético de la propia profesión
cuando ni hacen referencia a la expresión del malestar de cientos de miles de
personas que representan el sentir de muchos millones más, como bien es
conocido desde un análisis de la dinámica de grupos. La muerte a plazos de Adolfo Suárez y las batallas campales
ocuparon los programas de mayor audiencia esa noche y los días que siguieron.
El clásico Madrid-Barça hizo el resto.
Por tanto, obviando que la
policía fue grandemente perjudicada en lo físico y también en cuanto
repercusiones anímicas, psíquicas e incluso relativas a su prestigio
profesional, lo cierto es que el impacto de millón y medio de personas
desplazadas de sus casas para pasar la noche de pie, al relente y acumular tres
jornadas de movilizaciones ha sido, desde el punto de vista mediático, ridículo
y sólo la prensa extranjera entra a calificar el 22M de llamada muy seria de
atención al gobierno de Rajoy. Intramuros, en esta piel de toro, se reviven
sensaciones que recuerdan a la adhesión de 1 millón de personas al régimen de Franco
en la plaza de Oriente. ¿Se ha conseguido lo mismo que en aquella ocasión por
la nueva vía de ningunear a los opositores de este régimen, el de Jorge Díaz,
en el que expresarse libremente puede costar hasta 600.000 €? ¿Se ha permitido desde el Gobierno el
linchamiento de la policía para justificar acciones dictatoriales de futuro que
no discriminen entre delincuentes y el pueblo pidiendo pan, techo y asistencia
médica?. Desde esta perspectiva el titular sería: “Cifuentes y el Gobierno
responsables del linchamiento de la policía, cuyo martirio utilizan para
obtener réditos políticos y oscurecer la dimensión del desencanto del pueblo”. Porque ¿acaso no se ha reducido la
importancia de las movilizaciones de columnas desde todos los puntos del país a
una expresión que no deja apenas huellas? Cifuentes llegó hablar de tres 36.000
participantes y se deslizó hasta los 100.000 después de las primeras críticas.
Ese detalle partiendo de una delegada del gobierno habla bien a las claras de que
la partitocracia ha tomado los nichos de los servidores públicos y de que el
cluster de la derecha ideológica cierra filas en torno a la necesidad de
sembrar la idea de que a España se le sirve mejor quedándose en casa.