Falta de altura de miras, falta de voluntad pacificadora
La mayor parte de los historiadores, ya con perspectiva,
estima que la lucha armada contra ETA respondió a motivaciones políticas, con
coherencia durante los primeros años, y derivó en un sinsentido cuando ya se
habían abierto otros cauces para la reivindicación y el debate ideológico. Pero
la maquinaria estaba engrasada y hubieron de transcurrir muchos años dolorosos
de asesinatos, contra-asesinatos, encarcelamientos, utilización política de las
víctimas, enconamiento. deslealtades institucionales, rondas de conversaciones
declaradas y ocultas, ingentes inversiones en policía específica antes de que
se detuviera aquella maquinaria que hacía industria de la violencia.
Aznar, que tanto repetía el mantra de que con los violentos
no caben parlamentos mandó sus hombres a sentarse en una mesa con la ETA. La
posibilidad de que la organización vasca claudicara del uso de las armas en su
mandato le llevó a utilizar el recurso.
Pero no lo consiguió y volvió con todo su aparato a introducir el
“problema vasco” como un argumento de Partido antes que de Estado, y lo intentó
incluso en la jornada de reflexión, después del 11M, antes de perder el poder.
Pero le dio tiempo, en esa legislatura, a eliminar cualquier posibilidad de
solución por la vía de las palabras, con la ayuda de Bush ante los tribunales
de Justicia europeos y a contramano de la mediación de pacificadores con
experiencia en el proceso del Sinn Fein.
Aznar y el PP tendrían que resignarse a ver como sería bajo
el gobierno de Zapatero cuando ETA abandonase las armas. Pero la maldita
bicefalia ha propiciado el retorno del PP y con el parece que también el
interés por mantener vivo el “problema vasco” más allá de lo que aconsejan los
hechos consumados.
Con el advenimiento de Rajoy ha cobrado más fuerza la
dimensión de partido gobernando frente a Gobierno nutrido desde un partido. No
sólo por el tratamiento al conveniente y humano puente para facilitar el
contacto entre los presos y sus familias. También por el trato deparado a los
abogados de los presos, que merece una denuncia frente al Tribunales
Internacionales, o por la decisión de no computar los tiempos penados en
cárceles de los países donde se pproduce la detención, por los mismos delitos.
Falta también altura de miras cuando se invoca la “cadena
perpetua”. Por más que estemos hablando de delitos de sangre, la legislación
contempla el valor de la rehabilitación para aplicar reducciones y posibilitar
la reinserción después de casi treinta años de reclusión, que ya son muchos.
Y falta también altura de miras y creo además que sentido de
la justicia –quizá sustituido por el revanchismo- cuando se mantiene en la cárcel a Arnaldo
Otegui, al que los analistas independientes y rigurosos sitúan como el gran
artífice de la prevalencia de la Asamblea política sobre la Militar en ETA, lo
que, a la postre, habría de propiciar el abandono de las armas. La tenacidad de
Otegui para hacer valer la línea del diálogo político frente al lenguaje de las
pistolas puso en peligro su vida dentro de la Organización, como en su día
alertaban los diarios abertzales, y, desde ese punto de vista, lejos de merecer
el encarcelamiento debería recibir el reconocimiento de cuantos ansiaban,
ansiábamos, el cese de la violencia.
Extrapolada la situación a Irlanda, allí habría sido
merecedora del reconocimiento unánime su valentía en el tramo histórico que
precedió a la paz. Una paz que se me antoja inestable en tanto el Gobierno, de
catadura moral y ética endeble y cribada por la corrupción interna, no abandone
sus prejuicios ideológicos y sus intereses partidistas para tratar este asunto
como se han adelantado ya a hacerlo la mayor parte de las víctimas a las que
pretendía instrumentalizar políticamente in aeternum la derecha: con generosidad
en el perdón y con la vista puesta en el futuro, pero sin olvidar aquello que
es necesario recordar para no volver nunca más a caer en errores con pérdidas
irreparables.
Los efectos residuales de una involución
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