El “milagro alemán” no fue sólo consecuencia de la capacidad
organizativa y de trabajo de un pueblo, innegables. Lo cierto es que los
nibelungos, a los que conozco y admiro, recibieron un trato muy
considerado después de las dos grandes guerras.
Tras la guerra del catorce, los EE.UU. perdonaron la deuda contraída
con ellos por la Gran Bretaña y Francia. Estos, a su vez, perdonaron la
mayor parte de la deuda a los alemanes. Las cantidades que quedaban
pendiente en 1934 fueron desatendidas definitivamente por Hitler.
Concluida la segunda guerra mundial, a Alemania le fue concedida una
quita de un 65% de su deuda además de recibir una ayuda ingente para la
reconstrucción de sus ciudades arrasadas. Eso le permitió en un plazo de
doce años empezar a ser un nicho de creación de empleo para
trabajadores llegados de otros países que contribuyeron a cimentar un
país con bases sólidas.
Helmut Kohl, como antes hiciera Hitler, dejó de atender la deuda
pendiente y la liquidez del Estado le permitió situarse en la vanguardia
en cuanto a inversión en I+D+I y a generación de patentes para
convertirla en la locomotora de Europa.
Grecia, amenazada de expulsión de la CEE de no atender el pago de la
deuda, nunca llegó a recibir ayuda alguna del FMI o del BCE, ni mucho
menos de las potencias occidentales. El país heleno tuvo que abordar
solo una reconstrucción total, tras la II Guerra Mundial, que a precios
constantes se cuantifica hoy en 575.000 millones de dólares, unas tres
veces el valor del Producto Interior Bruto anual del país.
Por ello resulta poco digerible la negativa de Alemania a aplicar una
quita a la deuda griega, por más que sus potentes bancos estén
especialmente implicados en el problema. Hay mecanismos para poder
hacerlo sin que la banca alemana sufra algo más que un ligero resfriado,
teniendo en cuenta que las nuevas políticas del BCE respecto del precio
del dinero y de las inyecciones de capital permiten una disposición de
dinero suficiente para relanzar el emprendimiento y el dinamismo de los
agentes sociales. Porque es en estas coyunturas cuando la Unión debe
demostrar su naturaleza, su pedigree y su razón de ser. La dimensión de
la generosidad de los socios con el que pasa por malos momentos es nimia
bien repartida y administrada. Grecia produce el 2% de la riqueza en el
Continente. Por tanto, ningún socio es imprescindible pero todos somos
necesarios para apuntalar un mapa donde se instale a medio plazo una
única velocidad, sin miembros descolgados ni escenarios de pobreza
extrema en las mismas entrañas de la vanguardia del bienestar.
Fuente foto: www.mas.org
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