Treinta y seis años después de que el gobierno de Franco abandonara a
los saharauis al yugo del ejército y la inteligencia genocidas
marroquíes el Juez Ruz acaba la instrucción de un sumario que señala con
nombres y apellidos a los responsables últimos de torturas y
asesinatos.
España entregó el Aaiún rodeado de alambradas para confinar
desarmados a los saharauis. Marruecos entró a sangre y fuego, mientras
desarrollaba por su parte la Marcha Verde reivindicativa. El ejército de
Hassan II, al que Juan Carlos de Borbón consideraba su hermano de
sangre, persiguió a los nómadas y los exterminó sistemáticamente para
evitar que le pudieran dar apoyo al frente Polisario.
Hoy el gobierno español sigue incumpliendo su deber de vigilar el
cumplimiento de los derechos humanos y ha cedido en la exigencia de la
celebración de un referendum libre. El pueblo saharaui vive en buena
parte confinado en campos de refugiados en Argelia, pero ha logrado no
ser exterminado en su totalidad.
El problema de las relaciones hispano-marroquíes, de la debilidad del
reino de España en sus negociaciones con el reino Alauita viene de
lejos. A Franco las campañas en África le sirvieron, mediando inflación
de la realidad e invención de condecoraciones, para ascender en la
escala y tener el mayor predicamento, vía ostentación de fuerza, para
asaltar el poder y desahuciar a un Gobierno que quería acabar con los
privilegios clasistas. Pero, una vez en el poder, Franco construyó su
guardia pretoriana con “moros” siguiendo una praxis del mismo corte que
Ceacescu cuando elegía para su protección a jóvenes que dejaba huérfanos
para que reconocieran en el al padre que les daba nueva vida. Pero
además confluyen otras herencias históricas que abonan un miedo secular a
tomar decisiones que incomoden a Marruecos: el modo en que se les
expulsó de la península después de siglos en que legaron parte
importante de su cultura exceptuando el norte, el desastre de Annual, el
interés español hacia los ricos caladeros… Por su parte, Marruecos
recela tradicionalmente de las políticas españolas acerca de las
relaciones entre ambos países; en el fondo la supuesta hermandad se ha
impostado.
Nada bueno se deriva de la falta de concreción y de compromiso de
ambos gobiernos en la solución de esos problemas heredados que tienen
que ver con la falta de democracia en origen como responsable de flujos
migratorios de un lado y con las trabas para integrar de pleno derecho a
los marroquíes emigrados a nuestra sociedad.
Por lo pronto, el gobierno de Rajoy tiene ahora la patata caliente en
su tejado. El PP eliminó la vía de la Ley de Justicia Universal. Pero
en este caso, se trata de hacer justicia con respecto a ciudadanos con
nacionalidad española torturados y asesinados. Me temo que si no hay
carácter para afrontar con dimensión de Estado este asunto, las
relaciones seguirán ganando en desigualdad y desconfianza. La misma que
impidió al gobierno marroquí aceptar la ayuda de España en el rescate de
los espeleólogos.
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