El memorable discurso de Martín Luther King en 1963, en plena era
Kennediana, frente al Capitolio, ante una masa todavía hoy difícil de
cuantificar, el 80% de ella constituida por negros, fue el espaldarazo
definitivo para la plasmación en la ley de la igualdad de derechos entre
todos los norteamericanos al margen de su raza. Muchos de aquellos
manifestantes llegaron a Washington desde Baltimore en autobuses.
Cincuenta y dos años después, en los Estados Unidos le ha salido un
competidor más fuerte que el racismo, aunque a menudo imbricado con él, a
la comunidad negra: el capitalismo salvaje y sus efectos. En Baltimore,
como en Nueva Orleans, la distancia entre ricos y pobres se ha
agrandado hasta lo obsceno. Parámetros que miden el índice de desarrollo
humano colocan a los afroamericanos pobres al nivel de los iraquíes. En
ese contexto de miseria y desestructuración, en eses clima cerrado,
enrarecido, sin horizontes de cambio los niveles de delincuencia se
disparan. La respuesta policial se vuelve represiva y faltan los
programas de asistencia social y de reinserción.
La elección de un presidente negro ha supuesto una cortina de humo
sobre un problema que crece como una bola de nieve y con efectos
perversos: la desindustrialización salvaje, la desinversión en sectores
antes estratégicos sin que exista un plan B. A resultas de ello, sólo la
minoría con acceso a las nuevas fuentes de oportunidades ve incrementar
su riqueza mientras las bolsas de pobreza se ha enquistado en el seno
de comunidades obreras abandonadas a su suerte.
El uno por ciento de los norteamericanos han multiplicado
exponencialmente sus fortunas y hay una burguesía con enorme poder
adquisitivo. En ambos bichos se da la presencia de afroamericanos que
encuentran los puentes de unión con sus compañeros de estatus blancos a
la vez que han perdido todo contacto con el mundo de sus hermanos que
han corrido peor suerte.
Como en Baltimore, en cuyos barrios marginales vienen sucediendo
asesinatos y usos desproporcionados de la fuerza ejercida por policías
blancos pero también negros.
¿Racismo? SÍ, pero, sobre todo, clasismo, marginación, exclusión
social… Los efectos de la eliminación de los altos hornos, el resultado
de los movimientos de capital sin que la mano de obra suponga jamás una
mínima barrera de salida y sin que la Administración del Black Man
number one implemente medidas de reconversión que eviten el afloramiento
de grandes barriadas fantasma, como en Baltimore, Detroit o New
Orleans, sin esperanza, sin horizonte, yuxtapuestas a ese otro país de
las maravillas y de las grandes oportunidades.
archivo eluniversalsanantonio
martes, 5 de mayo de 2015
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