La vida es un conjunto de decisiones, incluidas las de rehuir la toma
de decisiones. Hay muchos momentos en que personas que nos rodean, en
posiciones dominantes, optan por la laxitud. Y el caso es que han
llegado ahí a pulso, evitando pronunciarse sobre lo importante pero
colocándose del lado más conveniente a sus intereses. Son seres
adaptativos, de discurso ocasional que vale para un roto y un descosido.
En su momento accedieron a un peldaño, a una posición de palanca y
desde entonces fortalecieron su curriculum con los silencios, las
censuras subterráneas a los atrevidos y el premio a una cohorte
creciente de valedores que, al fin, son instrumentos para su ascensión
cuando otros méritos y capacidades personales no asisten.
En la banca, en los Consejos de Administración de las Grandes
Empresas pero, y sobre todo, en la Política son un lugar común, un
Clásico y un freno para el progreso y la evolución de la democracia. Son
un cáncer contra la humanidad, los sentimientos, la bonhomía. Practican
un dualismo pactado, interesado para obstruir el acceso a puestos de
decisión de personas con capacidades y con vocación de entrega a las
causas colectivas. Utilizan un lenguaje impostado como llano para
resultar cercanos e impostado como técnico y elevado, cuando conviene
aparecer como humanos aun sabedores de grandes secretos y de llaves
maestras para dirigir el país inimaginables para el común de los
mortales. Pero, en el fondo, son mediocres adaptativos que han sabido
poner el foco en su ascensión y que rehúyen el debate o simplemente
siguen un guión pre-escrito para que el mundo que existe fuera de su
circuito no les afecte.
Son una inversión muy onerosa para la sociedad, no sólo por lo que
cuesta mantener al Sistema y a la cohorte que les sostiene en la cumbre,
sino por su falta de escrúpulos para tomar decisiones que favorezcan a
su Status en detrimento del resto de la sociedad. En lo personal son
individuos desequilibrados: unos encuentran placer en el exceso, otros
son aburridos y antisociales, refugiados o en la acumulación de
protagonismo o de poder; otros coleccionan objetos de lujo, algunos
creen amortizar sus frustraciones con el acceso a prostitutas para
sentirse conquistadores; muchos son individuos que quemaron su infancia y
su adolescencia construyendo una pasarela hacia la ascensión, y una vez
escalada ninguna contraprestación es bastante para satisfacer su hambre
atrasada y la necesidad de atención a su egolatría. Sólo desde ese
mesianismo complaciente se puede intentar entender, que no aceptar, ese
clima de impunidad en el que parece nadar una clase política, una
partitocracia podrida hasta la médula en todos sus estamentos y que
lejos de concebir que hay que pagar por su responsabilidad en esta
deriva todavía saca pecho en los mítines argumentando que son la única
opción para la estabilidad y la transparencia al tiempo que demoniza e
incluso criminaliza a la discrepancia.
La vida es un conjunto de decisiones. Querer ignorar en las urnas la
coherencia entre estas y las consecuencias ha llevado a muchos
ciudadanos a situaciones lamentables. La clave: asumir la
responsabilidad de saber lo que está pasando para que nuestro voto gane
en calidad. Ya lo advertía Cicerón: “Es propio de todo hombre errar;
pero no es propio de nadie sino de los insipientes permanecer en el
error”.
© El jueves
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